LOS VIEJOS VINILOS NUNCA MUEREN
En las últimas décadas todo el mundo ha
visto cómo todo aquello que “sonaba a” digital reemplazaba, de manera
fulminante en algunos casos, a todos aquellos soportes sonoros que olían a
voltaje, es decir, que olían “a analógico”. En la época en la que la casete de
música todavía era “moneda común” en el mercado discográfico, el mundo quedaba
maravillado viendo cómo unos disquitos láser ocupaban el corazón y los salones
del respetable. Este formato era el cd.
Sus inventores, ilusos ellos, creían que no
se podía rallar. Que se podían poner los dedos encima de su superficie. Barbaridades
aparte, lo cierto es que el tiempo les quitó la razón. Y también afirmaron que
el cd podría acabar con el vinilo. Dato muy importante.
No seré yo quien haga vaticinios fulminantes
sobre el futuro de los formatos láser. El tiempo dirá si sobreviven o no. Pero,
en mi opinión, van a fallecer. Con la llegada de los operadores de cable –esto
ya lo afirmé en un artículo anterior- se abrió la veda del “lo quieres…¡lo
tienes!” y del “yo decido qué, cómo, cuándo y dónde”. Opciones que los formatos
láser no contemplan, porque ni siquiera son infalibles para almacenar los
contenidos, su lugar lo están ocupando las nubes, los discos duros (ahora de
memoria sólida), y sí, el streaming y el pago por visión.
Pero volvamos a lo que comentaba. De todos
los soportes (hablemos con propiedad) de imagen y sonido, el único soporte
analógico que no ha fallecido ni parece “tener planes de hacerlo” es EL VINILO.
Sí, así es.
Hay cuatro razones que demuestran claramente
la fortaleza intrínseca de este soporte, dos de las cuales son además nada
técnicas. La primera de ellas es que si uno habla de los discos de vinilo con
alguien no muy versado en el tema, esta persona te comentará que todavía siguen
vendiéndose discos de vinilo. Una verdad como la Catedral de la Almudena. La
segunda es que, aparte de haber reaparecido en grandes superficies y comercios
online, permanecen en un lugar de honor en las únicas tiendas físicas exclusivamente
dedicadas a la venta de discos: las de discos de segunda mano, donde comparten
estancia y reposo con cd’s, dvd’s e incluso blu rays. Y la cuarta no es mucho
más complicada: si bien con el tiempo se pueden escuchar en los mismos cracks y
otros ruidos, la mezcla per se permanece inalterada, al contrario que en las
casetes.
Por
otro lado hay que mencionar que las portadas NUNCA podrán apreciarse tan bien
en otro soporte como se pueden apreciar en el vinilo, sobre todo las portadas
de ciertos grupos (si bien hay que reconocer el nivel lamentable del diseño
gráfico para discos en los años cincuenta y sesenta). En este sentido, los
hermanos Vicente y Antonio Larrea en Chile y Héctor Miranda (de Los Calchakis)
en Francia marcaron un antes y un después.
Algunos, enamorados como estamos de nuestra
música independientemente del año en que vio la luz, nos resistimos a que el
vinilo se muera. Y, como nosotros, algunos pinchadiscos. Nos resistimos a que desaparezca
ese ritual de coger un disco con cuidado, con las dos manos, porque para
nosotros son, sencillamente, auténticos tesoros de los que hoy –llamadme hipster-
no abundan.
Frente a la avalancha de cantantes
comerciales ahí quedan los vinilos, legado de los viejos rockeros, los
cantautores que hicieron espabilar a algunos de nuestros padres, los
folkloristas jóvenes de ayer que, con su ejemplo, nos señalan el camino a
seguir. Y cuando use un cd rezaré a san Paul Simon para que me perdone.
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