EL FANTASMA DE LA CIUDAD DEL CINE
Hacía
muchos años, cuando España era un país subddesarrollado en todos los términos,
Madrid era una ciudad en la que se respiraba cine. Todos los barrios contaban
con al menos una gran sala donde pasar ratos inolvidables, aunque muchas de
estas fuesen de reestrenos. Los niños de los barrios más humildes pasaban
tardes enteras deleitándose con las películas de John Wayne mientras se
hinchaban a comer pipas.
Era
una época en la que el Centro de Madrid tenía un glamour cinematográfico sin
parangón en la historia de nuestra ciudad. Fue por aquella época cuando cines
que ya pertenecían al circuito Cinesa mostraban al entregado público
revolucionarias innovaciones tecnológicas como el Cinemascope, el Cinerama o
los sistemas de 70 milímetros.
Por
aquellos años, los grandes estudios como Chamartín, Sevilla Films, Cea y, en
menor medida, Cinearte, se encontraban produciendo películas a destajo. Eran
los años en los que Samuel Bronston, un audaz productor judío nacido en
Besarabia, intentó construir un imperio de sueños cinematográficos en los
mencionados estudios Chamartín, así como en la Sierra de Guadarrama. Podías ver
en Madrid a estrellas de la época como Sofía Loren, Charlton Heston, Raf
Vallone o David Niven. Incluso el genial Cantinflas se dejó caer por nuestro
suelo.
Pero
con los años setenta llegó el declive, que se acentuó treinta años después.
Para aquella época echaron el cierre todos los estudios de rodaje antes
mencionados, siendo sustituidos por superficies comerciales en el mejor de los
casos. Los cines del circuito Cinesa que había en esa época han pasado a ser
espejismos de lo que en su día fueron. Y el símbolo de la debacle fue, sin
ninguna duda, la vuelta de Samuel Bronston a suelo americano.
Al
cierre de los estudios de rodaje que en esa época había les ha acompañado, en
triste reflejo, la desaparición de TODAS las distribuidoras españolas, salvo
Filmax. Otro desagradable ejemplo de
toda esta pérdida de cultura ha sido la desaparición de los llamados cines de
barrio. Nombres como Benlliure, Juan de Austria, Aragón, Canciller, California,
Dúplex, Imperial y Excelsior han pasado a mejor vida en los últimos años,
incapaces de competir con las actuales multisalas y, probablemente, con las
prácticas abusivas de muchas distribuidoras americanas. Y lo mismo ha pasado
con todas las empresas de doblaje que había en los años sesenta.
Es por
todas estas razones que puedo decir, muy a mi pesar, que Madrid, mi querida
ciudad, dejó de ser la ciudad del cine hace mucho tiempo (con permiso de
Barcelona).
Comentarios
Publicar un comentario
Tu comentario ha sido añadido con éxito.