EL QUE RÍE EL ÚLTIMO RÍE MEJOR
Hay algo –no sé porqué- que distingue
claramente a los anglosajones y a los judíos de otros colectivos. Es algo
intangible que revoluciona el mundo, y que puede tener efectos memorables o
catastróficos (según se vea). Eso –que provoca tantos cambios globales- no es
otra cosa que el carácter emprendedor.
Tal carácter no se manifiesta a primera
vista, ni sale a relucir a las primeras de cambio, pero es un síntoma de que,
quien lo tiene, posee un caudal inagotable de talento. Tal es el caso de un
señor llamado Reed Hastings.
A muchos os sonará a chino este nombre, pero
seguro que os suena la segunda empresa que fundó: Netflix. Sí, así es.
Todo comenzó un buen día, cuando la extinta
cadena de videoclubs Blockbuster cobró a Hastings 64 de los actuales euros por
perder una copia en vhs de Apolo XIII. A Hastings se le cayó la cara de
vergüenza, pero el mal trago le sirvió para concebir una idea revolucionaria:
un servicio de tarifa plana de alquiler de películas.
Hastings envió un dvd por correo postal, y,
al comprobar que había llegado correctamente, dio rienda suelta a la aventura.
Pero no debió quedar totalmente satisfecho con el alquiler de dvd’s. Hastings
es informático de profesión, y sus conocimientos (así como la existencia de
Youtube) le valieron para darse cuenta de que podía servir películas en
streaming con la compresión adecuada. Y siguió adelante con la idea.
Los grandes estudios, viendo que no podían
combatir el ingenio de Hastings, se sumaron a la aventura, y, como prueba de
que el que ríe el último ríe el mejor, Blockbuster cerró.
Los primeros años de Netflix fueron, sin
embargo, duros. No es ningún secreto que en esa época esta empresa arrojaba pérdidas. Pero Hastiings y su socio, Marc Randolph, no tiraron la toalla. Y comenzó una expansión que –seguramente- sigue
hoy en día.
Netflix y Olé.
La compañía fundada por Reed Hastings y Mark Randolph llegó a España a finales del año 2015. Pese a que su catálogo era todavía algo escaso, las tarifas que inicialmente establecieron prometieron éxito. Nos quedamos muy cortos aquellos que pensamos que el invento podía despegar en nuestro país, y es que las tarifas son, sencillamente, irresistibles.
En la época en la que Netflix llegó a España empezó el auge de las plataformas de televisión de pago, pero el streaming no acababa de despegar. ¿Por qué? Porque los servicios de streaming que había por aquél entonces en suelo patrio no solamente carecían de tarifas planas, sino que cobraban los alquileres a precios abusivos que hicieron que no pudiesen competir con las descargas gratuitas. Y fue precisamente este hecho el que beneficia a Netflix respecto a los otros servicios.
Netflix ofrece varios planes a los que los usuarios podemos inscribirnos. El primero de ellos (básico) cuesta 10 euros, y te permite ver los contenidos en un solo dispositivo, con calidad sd. El segundo (al que un servidor se abonó inicialmente) da calidad full hd y permite el visionado en dos dispositivos, costando 12 euros, y el tercero (que da calidad UHD) se puede ver en cuatro dispositivos, costando 14 euros.
Probablemente sea este último el más contratado, por una razón muy sencilla. La inmensa mayoría de los jóvenes de hoy no vemos la televisión en abierto, y los operadores de telefonía suelen ofrecer sus servicios de tv de pago siempre y cuando se contrate la fibra con ellos. Esto quiere decir que si deseas acceder a contenidos variados y de calidad tienes que gastarte –mínimo- sesenta euros al mes. Pero muchos han solventado este problema con Netflix. ¿Cómo? Muy sencillo.
A Netflix no le importa que compartas tu cuenta con otras personas, que es lo que muchos abonados hacen. Allá va un ejemplo. Has contratado el servicio de 14 euros de Netflix, y tres de tus amigos desean también acceder a su catálogo. En vez de abonaros los cuatro te abonas tú solo, pero los otros tres te ayudan a pagar tu suscripción a condición de que les facilites los datos para poder acceder ellos también con la cuenta que tú tienes. Esto es sabido por los propietarios de Netflix, y si no les importa es porque saben que, probablemente, alguno de los amigos con los que compartes tu cuenta terminará por abonarse él también.
Por otro lado, Netflix es una fuente inagotable de muestras de talento. ¿Por qué? Netflix no solamente produce contenidos propios en Estados Unidos, sino en todos los países en los que está, y los distribuye a todos sus usuarios (con versiones dobladas y subtituladas a diferentes idiomas). Es el caso, por ejemplo, de Las Chicas del Cable, que Netflix produce en España (en castellano) y distribuye en todo el mundo (doblada al inglés, italiano, francés y alemán, y subtitulada a, inglés, francés, árabe y rumano).
Si Netflix ha revolucionado el consumo de cine y series no es solamente por su ingente catálogo, su módico precio y la probada calidad de buena parte de sus contenidos, sino porque NUNCA en la historia del audiovisual el público pudo disfrutar de contenidos de procedencias tan dispares. Un servidor nunca antes vio un largometraje peruano de comedia, ni una serie colombiana (no es Narcos, es Siempre Bruja) con actores que aquí en España no son conocidos. Ni tampoco estuvo la ficción española en un momento internacional tan bueno, como lo atestiguan los tres emmys que ha ganado La Casa de Papel. Por fin podemos acceder desde la comodidad de nuestra casa a culturas tan diversas y que, sin embargo, son tan atrayentes.
Si Netflix ha revolucionado el consumo de cine y series no es solamente por su ingente catálogo, su módico precio y la probada calidad de buena parte de sus contenidos, sino porque NUNCA en la historia del audiovisual el público pudo disfrutar de contenidos de procedencias tan dispares. Un servidor nunca antes vio un largometraje peruano de comedia, ni una serie colombiana (no es Narcos, es Siempre Bruja) con actores que aquí en España no son conocidos. Ni tampoco estuvo la ficción española en un momento internacional tan bueno, como lo atestiguan los tres emmys que ha ganado La Casa de Papel. Por fin podemos acceder desde la comodidad de nuestra casa a culturas tan diversas y que, sin embargo, son tan atrayentes.
Todo esto se resume en algo que, al igual que una conclusión, será una realidad palpable: los soportes láser tienen los días contados. Mal que nos pese.
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