FAHRENHEIT 11/9
Que a una gran
mayoría nos entristece el panorama político americano y europeo es un hecho.
Que cuando nos enteramos de que los políticos ultra quieren tomar el poder
sentimos verdadero asco, también. Y mientras algunos ejercen la violencia
contra estos, hay un director, UN GRAN CIUDADANO AMERICANO que ejerce un arma
mucho más poderosa contra estos: el arte y la sátira. Y esta persona es Michael
Moore.
Michael demostró su irreverencia
y su capacidad creadora en numerosos documentales, y, en 2018, Moore volvió a
la carga con un documental que a nadie que se precie de interesarse por la
política puede dejar indiferente: Fahrenheit 9/11.
Esta vez, el
reconocido showman americano desata su “ira” principalmente contra Trump, pero
también contra las altas esferas del partido demócrata y contra algún que otro
político americano. Al igual que todos los demás documentales de Moore, es un
largometraje que emociona profundamente, que deja nuestros sentimientos a flor
de piel.
Algunos dicen que
Michael Moore odia a Estados Unidos. Falso. Él está luchando (a su modo) porque
su país tenga unas políticas sociales y económicas que beneficien a la mayoría
de su población, y porque su país no pueda ser tildado de “imperialista”.
A Michael Moore le
guía el cariño que siente por su país y su gente, y, sobre todo, por aquellos
que han sido peor tratados por las diferentes administraciones. Se le nota
cuando expresa su más sincera solidaridad con aquellos activistas del Partido
Demócrata que no tienen a ningún medio a su favor, cuando nos habla de aquellos
que –como él- están más que hartos de la política interna y exterior de las
diferentes administraciones. Cuando da voz a aquellos que no la tienen.
Moore tiene su
prestigio bien labrado; buena cuenta de ello lo da su valentía a la hora de
denunciar las tropelías cometidas por ciertos políticos, pero más aún lo hizo
esa verdadera maravilla que representó Sicko, en la que Moore dirige su mirada
a aquellos países tienen una sanidad universal que el cineasta anhela para su
propio país, así como a aquellos ciudadanos americanos que han sido maltratados
por unas compañías aseguradoras sin escrúpulos.
Los documentales
de Moore triunfan entre sus seguidores gracias no solamente a lo que antes he
mencionado, sino –insisto- al cariño inmenso que siente por la mayoría de sus
compatriotas. Indaga en los problemas que tiene el pueblo americano y los
muestra en profundidad, no dejando títere con cabeza respecto a unas administraciones
que poco o nada han hecho por ellos.
Pero tenemos que
ser sinceros; en el fondo, lo que a Moore no le importa es la política, sino el
individuo como reflejo de una sociedad que quiere avanzar y encuentra numerosos
obstáculos, que siente el miedo en su propio cuerpo, y que vive en un estado de
constante alerta que le hace temer a todo y a todos. Y, precisamente, Moore
lucha contra ese miedo.
Hay algunos que han
iniciado portales web contra Michael Moore. Y, esto lo aseguro, nadie que sea de
derechas querrá ver sus documentales; ellos se los pierden. Yo, por mi parte,
seguiré dejando que Michael Moore me inspire como lo ha hecho hasta ahora. Espero
fervientemente que su inseparable gorra siga en movimiento.
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